Muchas familias nos vemos envueltas en situaciones en las que, la única opción y oportunidad que tenemos, es la de salir de nuestro país y aventuramos a un nuevo comenzar. Salimos con la esperanza de encontrar nuevas posibilidades. Cada familia emigrante tiene una historia diferente y cada uno de ellas se marcha llevando a cuestas una maleta cargada de ilusiones, sueños y esperanzas para darles a sus hijos y familiares una mejor educación y calidad de vida.
Al llegar a nuestro destino, nos encontramos en un país donde todo es diferente, probablemente el idioma no sea el mismo, así como el clima y tantas otras cosas más. Pronto comenzamos a extrañar las tardes con nuestros familiares y amigos, la sobremesa después de la comida o quizás ir al mercado que te chocaba porque tenias que cargar con todo y con tus hijos también; extrañamos ese corre corre de todos los días que ya no es igual, que la comida, los olores y la gente de tan diversas nacionalidades todo es un mundo nuevo y hasta ahora desconocido para ti.
La gente que pasa por nuestro lado usualmente nos ignora, algunos te regalan una sonrisa sin imaginarse la tristeza y la pena que llevas por dentro, el temor a lo desconocido, a los días inciertos porque no sabemos como nos irá en un futuro, enfrentar una nueva cultura, nuevas costumbres, pero nos sostiene el saber que cada logro, cada pequeño o gran logro, tiene un precio y lo debemos pagar y a lo mejor sentirnos reconfortados porque sabemos que en nuestro país no les podríamos dar a nuestras familias las mismas oportunidades para un mejor futuro. Emigrar a Venezuela fue siempre muy fácil, independientemente del país de donde vinieras, y del idioma que hablaras, los nativos siempre fueron abiertos a los “musiu” y se esforzaban no solo por ser amables, sino que te recibían con los brazos abiertos y buscaban la manera de entenderse contigo aunque hablaras con la lengua mocha.
Es muy fácil emigrar cuando se es joven y no se tiene una familia propia, también es fácil cuando se tienen los niños pequeños, pues sabemos que ellos se adaptaran fácilmente y también que ellos no sufrirán por los apegos. En la medida que los hijos nuestros son más grandes, mas difícil es separarlos de sus amigos, escuela, barrio, costumbres y demás cosas que forman parte de la cultura que van a extrañar, sin embargo, la gente joven olvida rápido y aprende rápido también, así que su capacidad de adaptación a un mundo extraño será siempre superior a la de los adultos y en estos mientras más mayores, mas difícil esta adaptación es.
Pertenezco a una familia en la cual estamos viviendo nuestra segunda emigración en una generación, mis padres vinieron con nosotros muy pequeños de España a Venezuela, yo era la mayor y tenía 3 anos. Para nosotros, era una increíble aventura, todos los días una nueva experiencia sensorial, nos volvíamos locos con esa lujuria de colores, plantas exóticas y animales por todos lados. Llegamos a la zona del Sur de Venezuela hace 50 anos, cuando aquello era “monte y culebra” y no en sentido figurado, era literalmente así; muy pronto nos encontramos siendo amigos de las arañas mona, de los tuqueques, de las iguanas e incluso de las culebras. Cuando el Orinoco crecía, inundaba las calles del pueblo y las babas o caimanes, andaban a sus anchas o bien caminando por las calles o por la sala de tu casa…jajajajaja….los niños gozábamos tanto con los gritos despavoridos de mi madre, que se había venido de un lugar como Palma de Mallorca (Islas Baleares) a terminar viviendo en esa jungla. Para mi madre, el proceso de adaptación fue largo, tardo alrededor de 10 anos, pidiéndole todos los días a mi padre: “Frontera vámonos a nuestra tierra” y él le contestaba riéndose y feliz, pues amaba ese lugar: “María, ahora esta es nuestra tierra” Esa fue una particularidad de la mayoría de los inmigrantes de Europa que llegaron a Venezuela alrededor de los años 50, llegaron y se asimilaron. Inculcaron a sus hijos ese sentido de pertenencia que nos hizo y que nos hace todavía, fuera de allí, “que somos Venezolanos y lo seremos siempre”. Los padres de mi esposo también vivieron de Europa, su madre de Alemania donde sobrevivió a los Campos de Concentración Nazis y su padre de Israel, pero al igual que los míos, se anclaron y le dieron al país con su enorme capacidad de trabajo, el impulso que hizo al país salir de ser un país con una economía rural a ser, claro con la ayuda de “el Dios negro: Don Petróleo” a ser un país en vías del desarrollo, que es lo que se encontró este último gobierno y que, a pesar de llevar ya 11 años esforzándose en destruirlo, todavía queda mucho de lo que esos inmigrantes con su trabajo aportaron.
Luego de vivir toda mi vida en ese inolvidable país que es Venezuela, mi país, me encuentro sobreviviendo a la segunda emigración, esta vez en USA. Que si bien es conocido por no ser especialmente amable con su inmigración, realmente es el país más multicultural que existe en el mundo; fue, es y seguirá creciendo por el esfuerzo del inmenso número de inmigrantes que tienen acá. Y que, a pesar de algunos de ellos, son los que, con sus aportes hicieron y mantienen grande a este país. En honor a mis padres, y siguiendo su ejemplo, escogí venir al país que me pareció le mejor opción de desarrollo para mis hijos
Aquí, como toda emigrante, te llenas de valor, sabes que te tienes y te debes a ti misma, para los tuyos, porque eres una luchadora y seguirás adelante por ti principalmente y por los tuyos que son el motor que te da vida y amor para continuar con tu propia lucha.
Juana Frontera-Fogel
Miami, Enero, 2010
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